El itinerario de evangelización nos invita a descubrir como la oración nos ayuda a hacer la voluntad de Dios, pues es precisamente en el discernimiento, en la meditación donde logramos separar lo humano de lo divino, lo propio y de lo que viene de Dios. Cuando rezamos la oración del Padre Nuestro, pedimos con fervor al Señor el “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 9, 12b).
Por la oración, podemos «discernir cuál es la voluntad de Dios» (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener «constancia para cumplirla» (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino «haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21).
Jesús dijo al entrar en el mundo: » He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad» (Hb 10, 7; Sal 40, 7). Sólo Jesús puede decir: «Yo hago siempre lo que le agrada a él» (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: «No se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; Jn 5, 30; Jn 6, 38). He aquí por qué Jesús «se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios» (Ga 1, 4). «Y en virtud de esta voluntad somos santificados» (Hb 10, 10).
La religión cristiana es concreta, y obra haciendo el bien, no es una “religión del decir”, hecha de hipocresía y vanidad. El cristiano esta llamado a hacer la voluntad de Dios, en todo lo que realice. Si estamos en este camino de fe, pero solo de apariencia, haremos nuestro capricho, no la voluntad de Dios. Tarde o temprano la gente que nos rodea se dará cuenta, entonces y nos llamaran lobos vestidos de ovejas. Termino con la oración de santo Tomás de Aquino: “Oh Dios misericordioso concédeme poder hacer siempre tu santa voluntad en todas las cosas; que sea mi ambición trabajar solamente por tu honor y tu gloria. No permitas que me regocije en aquello que no me acerque a ti, ni que me aflija por aquello que me separe de ti. Que todas las cosas temporales sean como la nada ante mis ojos, y que todo lo que es tuyo sea valioso para mí, y tú, mi Señor, valioso sobre todo ello.
Que toda alegría sin ti sea insignificante, y que no desee nada más que a ti. Que todo trabajo y fatiga sea mi deleite cuando sea para ti. Hazme, Señor, obediente sin contradicción, pobre sin lamentación, paciente sin murmuración, humilde sin presunción, alegre sin frivolidad y honesto sin engaño. Dame, oh Señor, un corazón atento, al que nada pueda seducir lejos de ti. Un corazón noble, al que ninguna afición indigna pueda abatir. Un corazón firme, al que ningún mal pueda doblegar. Un corazón inconquistable, al que ninguna tribulación pueda aplastar. Un corazón libre, al que ninguna afición pervertida pueda reclamar como suyo. Concédeme, oh Señor, entendimiento para conocerte, diligencia para buscarte, y sabiduría para encontrarte. Una vida que sea agradable a ti y una esperanza que te pueda abrazar al final”.
Felipe de Jesus