Les presento el primer sermón de las siete palabras: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23,34). El escenario que contemplamos es desgarrador e inesperado. Jesús, en el madero de la cruz, mientras los clavos perforaban su muñeca y sus pies, y la sangre se derramaba por todo su cuerpo ya débil y flagelado, en esa circunstancia, Jesús, el siervo sufriente, eleva su mirada del cielo, y llama a Dios, Padre y, a seguidas: “perdónales porque no saben lo que hacen. Jesús ha mirado el corazón de sus verdugos. No saben lo que hacen, porque no lo habrían reconocido como el Hijo de Dios.
Ahora bien, no es lo mismo perdonar al que nos ha ofendido en el balcón de una casa de verano, mirando como se despeina el azul del mar, que perdonar en aquel horno encendido donde agonizaba el hijo de José y de María.
Jesús que pasó por la tierra haciendo el bien, ahora es humillado, golpeado y crucificado, tratado como si fuera un bandido, crucificado junto a dos ladrones. Padeció todo esto para salvarnos. Cuánta generosidad destila el corazón del abandonado de Dios que ahora intercede por aquellos que le maltratan, que se burlan vociferando palabras hirientes.
Jesús no quiere cerrar los ojos de este mundo terrenal, guardando rencor, porque el rencor es un abismo de oscuridad y de angustia que solo genera tristeza y deseos de venganza.
Aquí en la oración de intercesión de Jesús por sus adversarios, muestra una coherencia admirable, porque Él mismo llegó a decir: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón… y Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22: 37-39). Solo quien mucho ama mucho perdonará, y quien poco ama poco perdonará.
Se escucha decir: “Yo perdono, pero no olvido,” aquí no se trata de no olvidar la ofensa propinada, sino la de no acular el sentimiento nefasto del odio, de no guardar rencor, de no rechazar a aquel que me ha herido, pues Dios nunca nos rechaza a pesar de haberle ofendido.
Para perdonar de corazón, se pide esa gracia al Señor. La acción de perdonar, requiere en el cristiano la intervención Divina, pues de lo contrario podemos caer en la trampa de perdonar de palabras que brotan de la piel y no de lo más profundo de nuestro corazón. En este sentido, cuando amamos a Dios y al prójimo, estamos sintiendo pasión por Dios y compasión por la Humanidad.
Les pregunto a los que estamos aquí: ¿Cuál es nuestra reacción cuando alguien nos ha ofendido, irrespetado, calumniado? Seguramente tristeza, porque en ese momento se fractura una relación de fraternidad.
¿Qué sentimos cuando ofendemos al prójimo? ¿Alegría? ¿Desprecio? ¿Más odio? ¿Más poder? El que así se comporta, al final de su vida terminará solo. Construyendo su propio desierto. Pasará por la vida sin haber entendido que es ser cristiano de verdad.
¿Qué le aguarda a la pareja de esposos que no dan el paso del perdón sincero? Les espera un camino de espinas, estarán físicamente cerca, pero emocionalmente distantes. Se pierde el calor humano, el amor conyugal se desvanece. Detrás del resentimiento en una pareja de esposos, está la cola del demonio, que desea la destrucción del matrimonio. Se debe dejar a un lado la arrogancia, el orgullo vano y aceptar el error, el pecado cometido y dar el paso del perdón sincero, y seguir juntos edificando lo que juraron un día en altar de la Iglesia. Los matrimonios están llamados a luchar cada día por la familia que han fundado, no permitan que el amor se diluya en el filtro de la soberbia.
Hermanos y hermanas. Jesús desde la cruz, desde el Gólgota, no nos da un espectáculo para observar, sino una gran lección para imitar. Su acto de perdonar, es propio de un corazón que ama inmensamente.
Padre Felipe de Jesus.