Inicio Noticias Muerte de un patriarca

Muerte de un patriarca

252

La infeliz noticia se supo el siete de marzo del 2024. Para el fenecido la familia fue un pilar esencial. Un alud de tristeza se hizo notar en el alma de la barriada de La Joya, lugar donde vivió don Ramón Antonio Cruz Alfonso y donde ejerció el oficio de zapatero.

Su muerte nos transportó a un poema dedicado al zapatero escrito por el poeta ecuatoriano Navi Olecram, al cual recurro para este homenaje póstumo a don Ramón, el zapatero santiagués que amó a sus hijos y quien con horma, piel y lezna en manos le­vantó una familia de reconocidos profesionales:

«La horma a gritos pide que le cubra con el corte, colorido diseñado por el aparador. Llegando, el zapatero almidona punta y talón y con pinza en mano, estira el corte sin ninguna desviación. Un clavito en la punta, dos clavitos a dos lados, ya son tres sin equivocación, besando el zapato su nariz concede la aprobación».

En febrero, antes de don Ramón alzar su vuelo hacia la eternidad, su hijo José Ramón, ingeniero civil de profesión, entró a la casa solariega de aquel patriarca y, seguidamente, don Ramón llamó a su esposa, doña Hilda, con una sonrisa de alegría a flor de labios:

«Ven a ver Hilda. ¡Qué bella se ve la careta de lechón joyero de José Ramón y qué vistosos y llamativos los colores del disfraz adornado con espejos, flecos y cascabeles!», exclamó orgulloso aquel patriarca con un dejo de satisfacción.

«Gracias papá, me alegra que te haya gustado mi disfraz. El 27 de febrero lo llevaré puesto para ti y mientras desfilo en el carnaval me verás danzando soberanamente y sonando el foete como tú lo harías, un joyero orgulloso», le respondió el hijo a su padre.

El carnaval en casa de don Ramón y doña Hilda no solo fue una tradición, era algo así como un sol que se estremece en los ojos azules del ensueño.

Llegó a la casa del patriarca su hija Josefina, vicerrectora de la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA), acompañada de su hermano, el arquitecto Ramón Antonio, y saludan ambos a sus padres con un beso en la mejilla y un abrazo cariñoso.

«Papá, ¿qué tú haces con ese disfraz? ¡No me digas que piensas disfrazarte a esta altura?», le pregunta Josefina, sonriente.

«No, mi hija querida, solo estoy admirando el artitismo que le imprimen hoy día los artesanos fabricantes de caretas y me trae a mis recuerdos los tiempos en que se peleaban Toni Vargas y Guarino frente al cementerio de la 30 de Marzo y luego en la Plaza Valerio», rememora con nostalgia don Ramón desde su lecho.

En medio de esos añejos recuerdos de juventud de don Ramón llegó Fiordaliza, otra de las hijas, estomatóloga de profesión, y se incorpora a aquel ambiente familiar en el que se cuentan jocosas anécdotas que hacen rejuvenecer al más octogenario de los terrenales.

Entre risas, cuentos y caricias familiares se aparecen al lugar, como por arte de magia, otro de los hijos, el comerciante José Armando, y otras de las hijas, la enfermera de nombre Lourdes.

Hermanos y hermanas, siete ellos, se incorporan y se envuelven a aquel vigoroso tronco formado por los esposos doña Hilda Nicasio y don Ramón Antonio Cruz.

La muerte de don Ramón enluta a Santiago de los Caballeros por el hermoso ejemplo de trabajo, de honradez y de responsabilidad familiar y social, una muestra inigualable de hombría de bien, de laboreo y de firmeza. Dedicó su vida fabricando zapatos para vestir los pies más exigentes del país.

Le preguntamos a José Ramón por el estado de salud psicológico de doña Hilda, su madre, y nos dice en un estado evidente de desconsuelo: «Mamá está envuelta en ese mundo ausente o limbótico, lejos de lo lejos, como diría el poeta César Vallejo, ausente en su propio sufrimiento, como un callado imperio».

Despedimos este trabajo con una frase de lamento que brotó triste de los labios del ingeniero civil y amigo José Ramón Cruz Nicasio, quien luego de salir del novenario llegó al colmado La Zurza, propiedad de doña Gloria, y en presencia de sus amigos don José González, Rafael Lozada (Latín), Jesús Arzeno, Odaliz Peña y este articulista, con voz consternada y sumamente débil por el abatimiento causado por esta muerte, se le oyó decir, en presencia de su hermano odontólogo Nelson Reynaldo:

«Nuestro papá fue nuestro héroe, nuestro guía moral y mentor, quien nos proporcionó con su trabajo de zapatero las posibilidades económicas, con todo el sacrificio que eso entraña, para que todos fuéramos lo que somos hoy, profesionales exitosos y de una integridad intachable dentro de la sociedad de Santiago de los Caballeros y del país, donde nacimos y ejercemos nuestras distintas ocupaciones con orgullo y honradez».

El legado de este patriarca permanecerá por varias generaciones, por la calidad de hijos que formó y los valores que les inculcó.

Paz a su alma.

Rafael A. Escotto