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En cuaresma, encendamos la llama de la fe

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La fe es definida en el Catecismo de la Iglesia Católica, como un acto personal, la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Si nadie puede vivir solo, la fe, por consiguiente, no se vive de manera aislada, necesita ser sostenido por la fe del otro que está a mi lado, que me acompaña en el ámbito de la familia y de la comunidad de los creyentes (Cf. CIC 166). El creyente que no se deja sostener de Dios en el mar de la vida, se ahogará en aguas contaminadas y peligrosas para la existencia humana. Cuando la fe se apaga, se corre el riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten con ella.

La encíclica Lumen Fidei nos dice que la fe no es un espejismo que nos impide avanzar como hombres libres hacia el futuro. Es urgente recuperar el carácter luminoso de la fe. Cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo.

La fe no es algo relativo, ni una práctica individualista, sino que es un don recibido en el sacramento del bautismo, y que ha de crecer en cada sacramento que la iglesia celebra para la santificación de los fieles. Indiscutiblemente que la fe es puesta a prueba en la enfermedad física, o cuando el amor en el matrimonio empieza a enfermar por el pecado. Hay que disipar, con la luz de la fe, la oscuridad que engendra el pecado.

En las adversidades de la vida, sale a la luz las virtudes, lo que cada uno lleva en los bolsillos de su corazón. Dos reacciones pueden surgir. La primera, apoyarse firmemente en las manos de Dios; y la segunda, apoyarse en la ciencia, en el dinero y la inteligencia, prescindiendo de la intervención divina.

Hemos de confiar siempre en Dios, una actitud confiada y permanente en el Hijo de Dios nacido de María, es señal de una fe encendida. La presencia del Altísimo no tarda en llegar cuando hemos puesto en sus manos la enfermedad. Tal y como lo ha expresado el Romano Pontífice: “… La omnipotencia misericordiosa de Dios se manifiesta (…) especialmente cuando es frágil, herida, humillada.

El Señor quiere continuar haciendo obras prodigiosas en nues­tro cuerpo, no para una vida aparcada sino para estar al servicio de los demás. Encendamos la fe, cada día, con nuestras oraciones, orando por los que sufren enfermedades en el cuerpo y en el corazón. Dejémonos sorprender por la fidelidad y misericordia de Dios. Que nuestro testimonio de vida cristina encienda y llene de luz, a los que viven su existencia con una fe apagada.

Felipe de Jesus