Hay que definir la Cuaresma como ese tiempo de conversión, ayuno y penitencia, momento especial para hacer un stop en la vida personal, espacio para reflexionar y ver hacia dónde se dirigen nuestros pasos.
En fin, hablar de Cuaresma, es lo mismo que decir, metamorfosis, o sea, cambio, transformación, revisión moral de nuestra conducta. Es además, realizar un inventario interior para sacar balance de nuestro proceder, y hacerse consciente de los errores cometidos para remediarlos lo más pronto posible, porque esto garantiza, que las frustraciones encontradas a lo largo de nuestro camino, no le roben la felicidad futuro a quien la busca.
Sin embargo, el cambio que exige y promueve la Cuaresma, es un compromiso serio y comprometedor, no se trata simplemente de un deseo superfluo y fugaz, tampoco es sumarse a efectuar un puro ritualismo, una mera costumbre religiosa o brindar una falsa imagen de arrepentimiento para mostrarse como un santo ante los demás. Vivir la Cuaresma implica una entrega total; donde la mente, el corazón y el espíritu de la persona tienen que estar involucrados para que al final, puedan aparecer los frutos esperados, de un proceso constante por su adhesión a Jesucristo.
Ante estas exigencias tan profundas, como es el acoger la Cuaresma con plena convicción y decidido a ser diferentes, muchos optan mejor por no asumir este compromiso, se le hace más fácil ignorar su condición humana, no quieren ser distintos a la masificación que tienen que observar sus ojos diariamente, cuando el día trae el nuevo amanecer; sin tomar la consideración de detenerse en ningún momento de su vida a cuestionar la realidad que le rodea y preguntarse ni si quiera, si están en la dirección correcta o equivocada.
Una de las cosas que la propia vida le va enseñando al ser humano, mientras va transcurriendo los años de su existencia, es que todo se logra con sacrificio, con entrega, con voluntad de espíritu y sobre todo, con una esperanza y una fortaleza firme que trasciende el espacio y el tiempo, sin importar las situaciones, los obstáculos y los dilemas que se presenten en el sendero.
Por tanto, los caprichos personales, las dudas, el temor y toda clase de confusiones, se deben acoger con valentía y coraje, ya que, no son solamente los momentos agradables y dulces que llenan de sentido el vivir humano, sino también los días amargos y tristes, porque son estos que maduran la mentalidad débil.
No puede haber resurrección sino hay muerte, nunca se vencerán las tentaciones mientras no se asuma el ayuno, la oración y la penitencia. Será imposible tener una fe firme en el Hijo de David, si se rechazan las espinas que van apareciendo en el trayecto. Por tanto, hay que ser capaz de arrodillarse ante el Todopoderoso y decirle como dijo Tony Meléndez: “Yo quiero, yo puedo, yo lo haré”. Para que el sabor de Dios no se pierda jamás
Luis Alberto De León Alcántara