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Siempre dialogar con misericordia

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Mientras leía sobre la misericordia, me tropecé con una de las audiencias que el papa Francisco tiene los miércoles en el aula de Paolo VI, me pareció interesante tomar alguno de sus planteamientos y realizar una oportuna reflexión, ahora que estamos en el tiempo de Cuaresma. El papa invitaba a los presentes a ejercer el loable esfuerzo de sostener un dialogo con misericordia.

El Romano Pontífice parte del diálogo de Jesús con la mujer samaritana: “… ¡Dame de beber!…El agua que yo le daré se convertirá en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna…Señor dame de esa agua” (Jn 4 ,5-26). Una gran pecadora, le permitió desahogarse, sin interrupción, y entró poco a poco al misterio de su vida. Uno de los graves peligros, es no permitir que el otro termine de hablar, y este comportamiento errático se define como agresión. Nunca gritar, ni avasallar al otro, corazón abierto en toda circunstancia.

No dialogamos cuando no escuchamos lo suficiente, o tendemos a interrumpir al otro para demostrar que tenemos razón. La riqueza del diálogo permite conocerse y comprender las exigencias de uno y de otro. Ante todo, es una señal de gran respeto, porque coloca las personas en actitud de escucha y la condición de acoger los mejores aspectos del interlocutor.

En segundo lugar, el diálogo es expresión de caridad, porque, si bien no ignorando las diferencias, puede ayudar a buscar y a compartir el bien común. Además, el diálogo nos invita a ponernos ante el otro viéndolo como un don de Dios, que nos interpela y nos pide ser reconocido. Dice un viejo adagio que cuando discutes retrocedes, cuando dialogas avanzas. En una acalorada discusión, ambos se terminarán hiriéndose. Dos monólogos no constituyen un diálogo.

El verdadero diálogo necesita momentos de silencio. Dialogar es escuchar aquello que me dice el otro, y decir con mansedumbre, no con rabia, aquello que pienso yo. El diálogo es la base del entendimiento de las personas cultas. Intentemos hablar con el lenguaje del que nos escucha, pero siempre externemos con libertad y prudencia lo que pensamos del tema en cuestión. El diálogo derriba los muros de las divisiones y de las incomprensiones, crea puentes de comunicación.

Es precisamente a través del diálogo, donde podemos hacer crecer los signos de la misericordia de Dios y hacerlo instrumento de acogida y de respeto. El papa Francisco nos recuerda la ineludible importancia de poner en prácticas las catorce obras de misericordia. Hay tres obras de misericordia espirituales, que entran en el renglón de la vigilancia, que son: Dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra. El que sabe hablar, sabe también cuando hacerlo. Y es inevitable que cuando se dialogue, surja el consejo oportuno, procurando corregir con caridad a la persona que amamos. Con el diálogo podemos hacer crecer las semillas de la misericordia de Dios. Solo hablando se encuentran los corazones. El diálogo es el camino del amor.

Felipe de Js. Colón