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La fuerza del silencio

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El cardenal Robert Sarah, nacido en Guinea, y Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, es el autor del título del libro: “La fuerza del silencio”.

El murmullo ensordecedor intenta imponer la dictadura del ruido, como un modo de opacar al silencio que tanto bien produce al alma.

El hombre para ser imagen de Dios tiene que entrar en la dinámica del silencio. En el corazón del hombre existe un silencio innato, pues Dios habita en lo más íntimo de cada persona. Dios es silencio y ese silencio divino habita en el hombre. Pero el silencio es un don que requiere ser cultivado. “No encontraremos a Dios atravesando las mares, porque él está en nuestros corazones” (Dt 30,12-14.16). Las gracias divinas se derraman sobre el hombre a través de la Sagrada Escritura escuchada y meditada en silencio. Si el silencio no habita en el hombre, si la soledad no es el estado en el que ese silencio se deja forjar, la criatura se halla privada de Dios. No hay otro lugar en el mundo donde Él esté más presente que el corazón humano. Ese corazón es la verdadera morada de Dios, el templo del silencio.

Dios no habla, pero su voz es nítida. Muchos de nuestros contemporáneos no son capaces de aceptar el silencio de Dios. No admitir que se pueda establecer una comunicación si no es por medio de palabras, gestos o acciones concretas y visibles. Sin embargo, Dios habla con su silencio. El silencio de Dios es una palabra. Su verbo es soledad. La soledad de Dios no es una ausencia: es su propio ser, su silenciosa trascendencia. El silencio de Dios es inaprehensible e inaccesible. Pero el hombre que ora sabe que Él le entiende, del mismo modo que comprendió las últimas palabras de Cristo en la Cruz. La humanidad y Dios responde con su silencio.

El autor hace una diferenciación entre el silencio, el misterio, y lo sagrado. Afirma que los hombres de Iglesia que quieren alejarse de lo sagrado hacen daño a la humanidad al privarla de la comunión de amor con Dios. Dios desea comunicarnos su amistad, su intimidad, pero solo puede hacerlo si nos abrimos a Él con la actitud debida y sincera. El hombre debe reconocer su pequeñez, su miseria y su nada. Recordemos las palabras de Jesús a santa Catalina de Siena: “Tú eres lo que no es, yo soy el que es”. Sin una humildad radical expresada en gestos de adoración y en los ritos sagrados no hay amistad posible con Dios. Para convertir en silencio de comunión el verdadero silencio cristiano se hace antes silencio sagrado.

En un mundo permeado por la maldad, el silencio de la verdad, pretende callarse, pero no podrá lograrlo. Algunos se podrán preguntar ¿Por qué Dios guarda silencio ante los acontecimientos dolorosos? Dios siempre vela por nosotros. El hombre puede conocer las noches más oscuras, sufrir las peores injurias, enfrentarse a las situaciones más trágicas: Dios esta con él. El silencio y la oración no son una deserción, sino las armas más poderosas contra el mal.

Felipe de Js. Colón