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Mensaje para el Ramadán: cristianos y musulmanes testigos de la esperanza

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Este es el segundo Ramadán en una época de pandemia. El mes sagrado de ayuno y oración para los musulmanes de todo el mundo se inauguró el pasado 13 de abril y continuará hasta el próximo 12 de mayo. En un mensaje, el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso envía sus «fraternales buenos deseos» a los «queridos hermanos y hermanas musulmanes».

El texto recuerda que, «durante estos largos meses de sufrimiento, angustia y dolor, especialmente en los periodos de encierro», se ha percibido «la necesidad de la asistencia divina, y de expresiones y gestos de solidaridad fraterna». Gestos como «una llamada telefónica, un mensaje de apoyo y consuelo, una oración, ayuda para comprar medicamentos o alimentos, consejos». Pero lo que más necesitamos -subraya el mensaje- es la esperanza. «La esperanza surge de nuestra convicción de que los problemas y las pruebas tienen un significado, un valor y un propósito, por muy difícil o imposible que nos resulte entender la razón o encontrar una salida.» «Nosotros, cristianos y musulmanes, estamos llamados a ser portadores de esperanza para la vida presente y futura, y testigos, constructores y reparadores de esta esperanza especialmente para aquellos que experimentan dificultades y desesperación”.

Caminando con esperanza

En el documento -firmado por el presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, el cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, y por el secretario del mismo Dicasterio, monseñor Indunil Kodithuwakku Janakaratne Kankanamalage- se subraya también que existen factores adversos a la esperanza. Entre ellos, la falta de fe en el amor y el cuidado de Dios, la pérdida de confianza en nuestros hermanos, el pesimismo, la desesperación y su opuesto infundado, la presunción. El mensaje recuerda, en particular, la reciente Encíclica del Papa Francisco «Fratelli tutti». En este documento, el Pontífice escribe: «Invito a la esperanza, que nos habla de «una realidad que hunde sus raíces en lo más profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y de los condicionamientos históricos en los que vive». «Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de una vida plena, de un medirse con lo que es grande, con lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia las cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor».