La muerte de George Floyd fue un hecho sin sentido y brutal, un pecado que clama al cielo pidiendo justicia.
El enojo y la agitación que ha inundado la ciudad de Los Ángeles y el resto del país desde la muerte de él es un triste recordatorio de que el racismo sigue siendo algo real.
Millones de nuestros hermanos y hermanas experimentan aún hoy en día las humillaciones, la indignidad en el trato y la desigualdad de oportunidades solamente a causa de su raza o del color de su piel.
Esto no debería suceder en Estados Unidos. El racismo es una blasfemia contra Dios, que crea a todos los hombres y mujeres con igual dignidad. El racismo es algo que no tiene cabida en una sociedad civilizada ni tampoco en un corazón cristiano.
Cuando Dios nos mira, Él ve más allá del color de nuestra piel, o del país del cual venimos, o del idioma que hablemos. Dios solo ve a sus hijos, a sus amados hijos y a sus amadas hijas.
El Reverendo Martin Luther King Jr. dijo que las protestas son el lenguaje de los que no son escuchados. Yo le pido a Dios que en estos tiempos todos estemos escuchando con mucha dedicación. En este tiempo, no deberíamos dejar de escuchar lo que la gente está diciendo en medio de su dolor.
Es una triste verdad que hemos tolerado el racismo durante demasiado tiempo en Estados Unidos. Estas protestas nos hablan de que ya nos hemos tardado demasiado en eliminar la injusticia racial que todavía infecta muchas áreas de la sociedad estadounidense.
Pero, a ejemplo del Reverendo King, debemos rechazar la violencia durante las protestas a favor de los derechos civiles de nuestros vecinos afroamericanos. Nada se obtiene con la violencia y sí se pierde mucho. El camino a seguir para nosotros es el del amor, no el del odio ni de la violencia.
Lamentablemente, en muchos lugares, personas con diferentes valores y agendas se han aprovechado de las protestas legítimas. Pero quemar y saquear comunidades, destruir los medios de vida de nuestro prójimo, no es algo que promueva la causa de la igualdad racial ni de la dignidad humana. De hecho, la violencia y el daño a la propiedad solamente empeoran las cosas para los pobres y para las minorías que viven en los vecindarios urbanos.
Por lo tanto, debemos procurar que nuestras protestas se mantengan dentro de los límites de lo pacífico y que nuestros ojos se mantengan fijos en la recompensa de lograr un cambio verdadero y perdurable.
En el curso de estas demostraciones, me ha animado ver a tantos jóvenes expresando sus deseos de construir una sociedad más justa y más fraterna, una sociedad que extienda las oportunidades para todos, sin importar el color de su piel o el lugar del cual provengan.
Para mí, esto es algo muy esperanzador porque abre un camino para que la Iglesia hable sobre las verdades del Evangelio, sobre la dignidad de la persona humana y sobre la visión de Dios acerca del significado de nuestras vidas.
Esta es una importante responsabilidad para todos nosotros, los que formamos parte de la Iglesia actual. Nosotros necesitamos ser los líderes de una nueva discusión sobre la reforma de la justicia penal y sobre la desigualdad racial y económica que existe en nuestro país.
La brutalidad de la policía y el trato desigual hacia los afroamericanos por parte de las fuerzas del orden público son cuestiones serias que nuestra sociedad tiene que abordar.
Pero tenemos que recordar que la crueldad y la violencia que sufrió George Floyd no refleja la manera de actuar de la mayoría de hombres y mujeres buenos que trabajan en las fuerzas policiales, que llevan a cabo sus deberes con honor y que frecuentemente viven en los vecindarios en los que desempeñan su servicio. Sé que aquí en Los Ángeles, el departamento de policía ha trabajado arduamente durante muchos años para mejorar el modo en el que se hacen las cosas y para llegar a conocer realmente a las personas de nuestras comunidades.
Con nuestra sociedad polarizada y dividida de muchas maneras, los creyentes tienen que ser constructores de la paz ahora que vamos progresando en nuestra salida del encierro por el coronavirus (COVID-19) y con estas nuevas protestas sobre el tema racial.
La paz que nos trae Jesús no es esa paz falsa de aquellos que aceptan la injusticia por miedo o para evitar problemas o confrontaciones. Desde el punto de vista de Jesús, construir la paz es un trabajo arduo, que requiere de paciencia y de la gracia de Dios.
En sentido práctico, implica trabajar para ayudar a la gente a ver otro punto de vista, a ver el otro lado de la discusión. Implica trabajar siempre para establecer la confianza, para promover la comprensión y para alentar al perdón y la amistad.
Tenemos que asegurarnos de que la muerte George Floyd no haya sucedido en vano.
Deberíamos honrar el sacrificio de su vida eliminando el racismo y el odio de nuestros corazones y renovando nuestro compromiso por cumplir con la promesa sagrada de nuestra nación: ser una comunidad entrañable, en la que hay vida, libertad e igualdad para todos.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes.
Oremos juntos por el alma de George Floyd y por su familia. Y pidamos por todos aquellos que están trabajando para ponerle fin a la injusticia racial en nuestra sociedad.
Encomendemos los problemas de nuestro mundo y los problemas de nuestras vidas a María, que es la madre de Dios, la madre de la Iglesia y la madre de cada uno de nosotros.
Que ella nos ayude siempre a escuchar la voz de Dios en nuestras vidas y a avanzar por el camino de la no violencia y de la promoción de la paz en estos desafiantes tiempos.
*La columna de opinión de Mons. José Gómez está disponible para ser utilizada gratuitamente en versión electrónica, impresa o verbal. Sólo es necesario citar la autoría (Mons. José Gómez) y el distribuidor (ACI Prensa)