El fruto de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en nosotros es el amor divino, la caridad. Si por un lado el Espíritu Santo suscita en nosotros la gracia del amor divino, por el cual somos amados por Dios, por otro lado, ese mismo amor debe suscitar en nosotros que amemos como condición de que Dios pueda habitar en
Hermanos en Jesucristo:
Nos preparamos para celebrar el envío del Espíritu Santo en Pentecostés hoy domingo, después de cumplirse cincuenta días de la Resurrección del Señor y diez días después de su Ascensión al Cielo. En ese día, a Iglesia pide que se renueven las maravillas obradas en los comienzos de la predicación evangélica a causa de la nueva luz y fortaleza infundida por el Espíritu Santo en el corazón de los Apóstoles.
El Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad, que es Dios como el Padre y el Hijo, ha sido prometido por Jesucristo para ser enviado de junto al Padre como «Paráclito» (Jn 14,16.26; 15,26; 16,7), es decir, como Defensor, Abogado, Consolador e Intercesor.
El fruto de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en nosotros es el amor divino, la caridad. Si por un lado el Espíritu Santo suscita en nosotros la gracia del amor divino, por el cual somos amados por Dios, por otro lado, ese mismo amor debe suscitar en nosotros que amemos como condición de que Dios pueda habitar en nuestras almas.
Así lo dice el Señor en el Evangelio: «Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos y Yo pediré al Padre y Él les dará otro Paráclito, para que esté con ustedes para siempre, el Espíritu de la verdad» (Jn 14,15-17).
A quien hay que amar es a Jesucristo -Él dice: «si me aman»– y sabemos que lo amamos si cumplimos sus mandamientos. El amor de Cristo en nuestros corazones es la fuerza para poder cumplir sus mandamientos y, a su vez, cumplir los mandamientos es la auténtica verificación de que en nosotros habita el amor de Dios.
Esos mandamientos son también, ciertamente, los que el Señor revela a Moisés (ver Ex 20,2-17 y Dt 5,6-21), pero que han de ser entendidos a la luz del Nuevo Testamento. Recordemos que Cristo dijo que toda la Ley y los Profetas se sintetizan en: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,37-39). Y también dijo: «Este es el mandamiento mío: que ustedes se amen los unos a los otros como yo los he amado» (Jn 15,12).
La nueva ley de la gracia consiste en amar con aquel amor divino infundido en nosotros, que supera de tal modo al amor puramente humano que nos lleva a amar al modo de Cristo, a amar como Él nos ha amado
El Señor nos ha prometido el Espíritu Paráclito para que sea Él quien nos capacite para amar como Cristo, con el amor de Cristo. Y así, por el amor alimentado en la Eucaristía, ser redimidos, salvados, santificados. Es decir, por el amor del Corazón de Cristo ser plenamente felices.
+ Mons. Francisco Javier Stegmeier
Obispo de Villarrrica