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Homilía del Papa Francisco en la Misa de la Cena del Señor

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Este Jueves Santo el Papa Francisco celebró la Misa de la Cena del Señor en una Basílica de San Pedro que no estuvo llena como años anteriores, debido a las medidas dictadas para evitar el contagio del coronavirus.

Así, el Papa celebró la Eucaristía con la presencia de algunos laicos y miembros de la curia, centrando su homilía improvisada en el sacerdocio, en la que recordó a los sacerdotes que han muerto cumpliendo su misión en medio de la pandemia del COVID-19.

A continuación la transcripción de la homilía improvisada en italiano por el Papa Francisco:

Eucaristía, servicio, misión. La realidad que hoy vivimos en esta celebración, el Señor que quiere permanecer con nosotros en la Eucaristía, y nosotros nos convertimos siempre sagrario del Señor. Llevamos al Señor con nosotros hasta el punto de que Él mismo nos dice que si no comemos su Cuerpo y no bebemos su Sangre no entraremos en el Reino de los Cielos.

Misterio este del Pan y del Vino. El Señor con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros. Servicio. Aquel gesto que es condición para entrar en el Reino de los Cielos. Servir, sí, todos. Pero el Señor, en aquel intercambio de palabras que tuvo con Pedro, le hizo comprender que para entrar en el Reino de los Cielos debemos dejar que el Señor nos sirva. Que sea el siervo de Dios, siervo de nosotros.

Esto es difícil de comprender. Si yo no dejo que el Señor sea mi servidor, que el Señor me lave, que me haga crecer, que me perdone, no entraré en el Reino de los Cielos.

El sacerdocio. Hoy querría estar cercano a los sacerdotes. A todos los sacerdotes. Desde el más recientemente ordenado hasta el Papa. Todos somos sacerdotes. Los obispos, todos. Hemos sido ungidos por el Señor. Ungidos para hacer la Eucaristía, ungidos para servir.

Hoy no hay la Misa Crismal, espero que podamos tenerla antes de Pentecostés. De lo contrario deberemos dejarla para el próximo año. Pero no puedo dejar pasar esta Misa sin recordar a los sacerdotes. Los sacerdotes que ofrecen la vida por el Señor. Sacerdotes que son los servidores.

Estos días han muerto más de 60 aquí en Italia atendiendo a los enfermos en los hospitales, también con los médicos, los enfermeros, las enfermeras. Son los santos de la puerta de al lado. Sacerdotes que sirviendo han dado la vida.

Y pienso en aquellos que están lejos. Hoy he recibido una carta de un sacerdote capellán de una cárcel lejana. Narra cómo vive esta Semana Santa con los detenidos. Un franciscano. Sacerdotes que van lejos para llevar el Evangelio y mueren allí.

Decía un obispo que lo primero que hacía cuando llegaba a estos lugares de misión era ir al cementerio, a las tumbas de los sacerdotes que han dejado la vida allí, jóvenes, por la peste del lugar. No estaban preparados, no tenían los anticuerpos para ello. Nadie sabe el nombre. Sacerdotes anónimos. Párrocos rurales que aquí son párrocos de cuatro, cinco…siete pueblos en la montaña, y van de uno a otro. Que conocen a la gente.

Una vez uno me decía que conocía el nombre de toda la gente del pueblo. ‘¿De verdad?’, le decía yo. ‘Incluso los nombres de los perros’. Conocía a todos. La cercanía sacerdotal. ¡Bravo! ¡Bravos sacerdotes!

Hoy llevo en mi corazón, y lo llevo ante el altar, a los sacerdotes calumniados. Muchas veces…, sucede hoy, no pueden ir por la calle porque les insultan con referencias al drama que hemos vivido con el descubrimiento de sacerdotes que han hecho cosas malas. Algunos me decían que no podían salir de casa con el clergyman porque les insultaban. Y ellos continúan. Sacerdotes pecadores que junto a los obispos pecadores y al Papa pecador no se olvidan de pedir perdón y aprenden a perdonar, porque ellos saben que tienen necesidad de pedir perdón y de perdonar. Todos somos pecadores. Sacerdotes que sufren alguna crisis, que no saben qué hacer. Que están en la oscuridad.

Hoy todos vosotros, hermanos sacerdotes, estáis conmigo en el altar. Vosotros consagrados. Sólo os digo una cosa: no seáis testarudos como Pedro. Dejaos lavar los pies. El Señor es vuestro siervo, Él está cerca de vosotros para daros la fuerza para lavar los pies.

Y así con esta conciencia de necesidad de ser lavado se hacen grandes perdonadores. Perdonad. Corazón grande de generosidad en el perdón. Es la medida con la que seremos medidos. Como tú has perdonado, serás perdonado. La misma medida. No tengáis miedo de perdonar.

A veces te vienen las dudas…, mirad a Cristo. Ahí está el perdón de todos. Sed valientes, también en el arriesgar para perdonar, para consolar. Si no podéis dar un perdón sacramental en ese momento, dar el consuelo de un hermano que acompaña y que deja la puerta abierta para que regrese.

Agradezco a Dios por la gracia del sacerdocio. Todos nosotros. Agradezco a Dios por vosotros, sacerdotes. Jesús os quiere bien. Sólo quiere que vosotros os dejéis lavar los pies.