El coronavirus se puede definir como un mal en cuanto que ataca la vida de las personas más vulnerables como somos los que estamos sobre los 70 años y más.
A esta edad se suelen unir otras condiciones que agravan más la situación, como es el caso de los diabéticos e hipertensos.
Conviene recordar la enseñanza de San Agustín en su obra “La Ciudad de Dios”, cito: “Dios no quiere el mal, pero es tan maravilloso que una vez que el mal se presenta, de éste saca bienes para sus hijos”. Fin de la cita.
De esta fuerte prueba a que ha sido sometida la humanidad saldrán bienes abundantes, entre ellos que aprendamos de una vez por todas el valor de la solidaridad humana juntamente con la importancia de que los bienes públicos sean administrados con toda ética sabiendo que el dinero que se desvía a beneficiar a particulares se necesita para ir en auxilio de los más vulnerables.
Este es el caso de nuestros chiriperos que salen todos los días a buscar el sustento.
Para este sector informal es urgente crear un fondo de emergencia para ir en su auxilio, mientras se mantenga este estado de cuarentena.
Quiero recordar que la Divina Providencia nunca abandona a los hijos de Dios.
Desde que Cristo se hizo hombre acogió a todos los seres humanos sin distinción de raza, credo político o religioso, bajo su manto de misericordia.
No olvidemos que El es un Dios de amor y de misericordia y en estas circunstancias no nos abandonará.
De hecho hay noticias alentadoras sobre nuevos tratamientos contra este virus, pero ahora nos toca a todos cooperar con los protocolos de higiene y de evitar los encuentros de seres humanos, que puedan ocasionar la expansión del virus.
Unámonos en oración y trabajo prudente por aportar cada uno su granito de arena en esta situación que demanda mucha solidaridad.