En medio de la alerta mundial por el coronavirus, es oportuno recordar la historia de las epidemias que han diezmado a la humanidad, ya que para el hombre primitivo —y aún para el moderno— una epidemia es vista siempre como un castigo de Dios.
Más allá de las profecías devastadoras producto de iras o maldiciones divinas del Islam, las estimaciones reales de la ONU muestran que una pandemia de gripe puede acabar con el 5 % de la población mundial.
El infectólogo chileno Walter Ledermann, afirma en el artículo “El hombre y las epidemias a través de la historia”, que desde tiempos inmemorables, las pandemias se han explicado como un castigo ante las reiteradas ofensas de los gobernantes o del pueblo entero a un Dios todopoderoso y castigador.
Ledermann sostiene que la Biblia ha sido una importante fuente de inspiración para las contemporáneas historias utópicas o distópicas: las siete plagas de Egipto y la figura de la Peste como uno de los siete jinetes del Apocalipsis son el primitivo antepasado literario de las historias actuales de ataques de virus que convierten a los contagiados en zombis y cepas que mutan de los animales hacia los hombres.
Sin embargo es bueno aclararle a este científico que la doctrina bíblica de la soberanía de Dios establece que él es todopoderoso, un atributo incomunicable para el hombre. Él está en completo control de todas las cosas –pasadas, presentes y futuras– y nada sucede que esté fuera de Su dominio.
Él lo causa directamente – o lo permite pasivamente – todo cuanto sucede. Pero permitir que algo suceda y causar que algo suceda son dos cosas diferentes. Adán y Eva, la creación de los perfectos y sin pecados; Dios después permitió que ellos se rebelaran contra Él.
Dios no causó que ellos pecaran, y ciertamente pudo habérselos impedido, pero Él decidió no hacerlo para Sus propios propósitos y para lograr Su plan perfecto. Esa rebelión produjo toda clase de mal, mal que no fue causado por Dios, pero que Él permitió que existiera.
Cuando Adán pecó, él condenó a toda la humanidad a sufrir las consecuencias de ese pecado, uno de los cuales es la enfermedad (Romanos 8:20-22).
Dios usa las enfermedades y otros males para lograr Su soberano propósito, para dar gloria a Sí mismo, y exaltar Su santo nombre. A veces, Él sana milagrosamente. Jesús iba a través de Israel sanando toda clase de males y enfermedades (Mateo 4:23) y aún resucitó a Lázaro de los muertos después que la enfermedad lo mató.
Otras veces, Dios usa las enfermedades como un método de disciplina o como un juicio contra el pecado. El rey Usías en el Antiguo Testamento fue atacado con lepra (2 Crónicas 26:19-20). Nabucodonosor fue llevado a la locura por Dios hasta que entendió que “el Altísimo gobierna sobre los asuntos de los hombres” (Daniel 4). Herodes fue derribado y comido por gusanos porque tomó la gloria de Dios para él mismo (Hechos 12:21-23).
Dios es soberano y justo. Aún hay al menos un caso, donde Dios permite la enfermedad –ceguera– no como castigo por el pecado, sino para revelarse Él mismo y Sus poderosas obras a través de la ceguera.
Jesús lo dejó muy claro cuando él y sus discípulos se encontraron con un hombre que había nacido ciego. Ellos le preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó: este hombre, o sus padres, para que naciera ciego?”. Y Jesús les contestó: “Ni este hombre pecó, ni sus padres” (Juan 9:1-3).
En vista de las ideas erróneas de la época, a los discípulos de Jesús debió de sorprenderles mucho que les dijera que ni ese hombre ni sus padres habían cometido un pecado que mereciera ese castigo. Al devolverle la vista, Jesús no solo curó al ciego, sino que demostró con qué propósito Dios lo hizo (Juan 9:6, 7).
Otras veces cuando llega la enfermedad, puede no ser el resultado de la intervención directa de Dios en nuestras vidas, sino más bien el resultado de un mundo caído, de cuerpos caídos y de una salud deficiente y elecciones de estilo de vida.
Jehová siempre es “justo y recto” (Deuteronomio 32:4). Nunca, por ejemplo, haría que cientos de personas inocentes murieran en un accidente aéreo para castigar a un solo pasajero. La Biblia dice que “Dios mismo no obra inicuamente” o “injustamente” (Job 34:10-12).
La enfermedad es ciertamente el resultado de la caída del hombre en pecado, pero Dios está totalmente en control, y Él ciertamente determina cuán lejos puede llegar el mal (así como Él lo hizo con Satanás y las tribulaciones de Job – no le fue permitido a Satanás excederse de esos límites).
Mientras tanto, el coronavirus se extiende por el mundo sin diferenciar razas, lenguas, rituales o dioses. Y aunque hay indicadores en la Escritura de que Dios quiere que tengamos buena salud (3 Juan 2), todo padecimiento y enfermedad, incluyendo el Covid-19, son permitidos por Él para Sus propósitos, ya sea que lo entendamos o no.
Dios de propósitos eternos esta en total control de la historia. No estamos la deriva. (Isaías 46:9-10). Su soberanía se une con las decisiones que tomamos (tanto buenas como malas) para llevar a cabo Su plan perfecto (Romanos 8:28).