La Iglesia nos invita, a meditar, en este domingo segundo del tiempo de cuaresma. Cuanto bien espiritual se haría la persona creyente, si dejamos espacios a la Palabra de Dios.
El evangelio de Mateo, en el capítulo 17,1-9, hace referencia de esta luminosa escena, donde Jesús sube al monte Tabor, les acompañan: Pedro, Santiago y Juan. Pareciera que el monte es el lugar que Dios prefiere para hablar de ahí a toda la humanidad. El monte une a Dios y a los hermanos es un único abrazo, el de la oración. Jesús desea entrar en intimidad con su Padre, pues lo que se aproxima es su martirio. El Hijo de Dios es consciente de que debe hacer la voluntad de su Padre. Jesús se distancia de los tres discípulos, allí entre en un clima de profunda oración. De repente su cuerpo es arropado por una luz resplandeciente, Jesús se transfigura delante de ellos. Los apóstoles, sorprendidos, caen de bruces al suelo, aquello le pareció algo fuera de serie, pues aquella luz, iluminó sus interioridades. Al transfigurarse, Jesús quiso mostrar su divinidad. Se observa la presencia de Moisés y Elías que conversaban con el Maestro. Luego una voz salía de una nube radiante, que decía: “Este es mi Hijo, el amado, escúchenle”. Es la invitación que hace el Espíritu de Dios a todos nosotros, pues sólo escuchando al Hijo de Dios, los caminos se podrán iluminar, sin Él, todo es oscuridad y tinieblas.
En algunos ambientes de nuestra sociedad hace falta ese fulgor que cubrió el rostro de Jesús. Pienso en aquellos que salen a la calle, no precisamente para hacer el bien, sino a estropear la vida de los que sí salen a trabajar para darles a sus hijos un mendrugo de pan. Me viene a mi mente, aquellos, que desde un escritorio se sientan a planificar, un mejor fututo para el país y su familia, frente aquél que se sienta, tristemente a maquinar para hacer el mal. Tenemos monjes rezando en las montañas de Jarabacoa, religiosas de clausura que interceden ante el Altísimo, para que cese todo tipo de guerras, provocadas por corazones extraviados.
Pide al Señor que te regale la gracia de transfigurar el interior de tu corazón. No debes seguir cultivando un corazón egoísta, que solo piensa en sí mismo. No debes permitir que la ambición por el poder, el dinero y la fama, te cieguen. Al final, lo que cuenta es, el bien hecho con amor y alegría, una vida honrada e intachable. Somos pecadores por la débil condición humana, pero que nunca permitamos que la corrupción se adueñe de nuestra existencia. Si te detienes, al menos por un instante, te darás cuenta, que Dios siempre habla. Él no padece de mudez. En los favorable y lo desfavorable. En el éxito y el fracaso. Que las ocupaciones de todos los días, no nos distraigan. Demos aire puro a quien vive inmerso en la contaminación del mundo.