Hace días sucedió algo inesperado: en una barbería de Villa Vásquez, un equipo de funcionarios del ministerio público realizaba un allanamiento en búsqueda de drogas, quizás por presunto microtráfico de estupefacientes. Lo inesperado fue que la cámara oculta de la barbería grabó el momento en que dichos agentes de la Ley “sembraban” la droga en el lugar. Justo como reza un dicho italiano: “El diablo hace los calderos, pero no sus tapas”.
La acción del Ministerio Público ha sido contundente y seria. Primero, investigaron la procedencia y veracidad del video –con toda razón–. Luego, procedieron a destituir a los funcionarios implicados, entre los que se encuentra una fiscal. Han investigado y las personas implicadas enfrentan prisión preventiva, dado que el mismo Ministerio Público se querella contra ellas. ¡Muy bien! La ley es para todos.
Pero lo sucedido en la barbería de Villa Vásquez ha hecho saltar las alarmas sobre cómo actúa la corrupción. Si estos muchachos no hubieran tenido una cámara oculta y desconocida por estos exfuncionarios, ¿qué les hubiera pasado? ¿Estuvieran trabajando todavía o estuvieran presos? ¿Hubieran tenido que pagar sobornos para continuar en su actividad? ¿O estarían tras las rejas bajo cargos de narcotráfico? ¿Hubieran podido comprobar su inocencia? ¿Y el derecho al trabajo y al buen nombre? ¿Qué hubiera pasado con los que dependen de ellos para vivir modestamente –que es para lo que da una barbería como esta–?
Luego, pensemos en procedimientos anteriores a este, realizados por el mismo equipo que, en nombre de la Ley, operaban como crimen organizado. ¿Hubo allanamientos con el mismo modus operandi? ¿Cuántos? ¿Quiénes fueron afectados y de qué forma? Duele pensar en que, quizás, más de uno esté en la cárcel pagando un crimen que nunca cometió.
La corrupción nace en el corazón de la persona. Todos somos humanos, así que todos podemos ser tentados. Pero la decisión de decirle sí o no es tuya. Explicando el relato de la tentación de Adán y Eva, dice el papa Francisco: “Muchos corruptos… comenzaron por pequeñas cosas, por no ajustar correctamente la balanza y lo que era un kilo lo convierten en 900 gramos. La corrupción comienza por poco, como esto que empieza con un diálogo: ‘¡No es verdad que te hará mal este fruto! ¡Cómelo, está bueno! Es poca cosa, nadie se dará cuenta. Hazlo’. Y poco a poco se cae en el pecado, en la corrupción”.
Estos exfuncionarios sabían que estaban haciendo mal. Y decidieron dialogar con la tentación, o mejor, con el Tentador que, como astuto negociante, se las sabe todas: “El sueldo no te alcanza… tú te mereces más”. “Total, ni tan buenas personas son aquellos…”. “Nadie sospechará, nadie se dará cuenta”. Disfrazada de bien, la tentación termina seduciendo. Continúa el Papa: “En la tentación no se dialoga, se reza”.
Todos podemos ser tentados. Y si bien “la carne es débil” tu fortaleza viene del Espíritu. Que la fe haga la diferencia a la hora de relacionarte con los intereses de este mundo.
Hna. Verónica De Sousa